El falso debate de la ciencia contra Dios
El libro que se presenta, Por qué la ciencia no refuta a Dios, del historiador y divulgador de la ciencia Amir D. Aczel, se ocupa de los más recientes debates entre la ciencia y la religión que se efectúan en los primeros años del siglo XXI, caso concreto, el enfrentamiento a un grupo conocido en el ámbito científico mundial como de los “Nuevos Ateos”.
Los debates entre la ciencia y la religión no son nuevos, tienen una larga historia en el mundo occidental; los resultados, en la mayoría de los casos son de un aparente triunfo del conocimiento científico sobre el saber religioso. Estos enfrentamientos se dan desde el inicio del Renacimiento en el siglo XV, tomaron luego un gran apogeo antes de la revolución francesa con los enciclopedistas en el siglo XVII, para después extenderse a lo largo de los siglos XIX y XX.
Amir D. Aczel, matemático y estadístico en la Universidad de California en Berkeley, enfrenta al nuevo ateísmo científico, un grupo de renombrados científicos e intelectuales entre los que destacan Sam Harris, Richard Dawikins, Lawrence Krauss y el recientemente fallecido Christoper Hitchens, quienes han argumentado con ahínco en distintos libros y conferencias, que los avances en la ciencia moderna refutan categóricamente la existencia de Dios.
El movimiento de los “Nuevos Ateos” surgió como una respuesta a los ataques del 11 de septiembre de 2001. Estos actos provocaron entre muchas personas tal indignación ante la religión, que las críticas no se hicieron esperar, sobre todo en aquellos casos en que una religión pudiera sugerir a sus seguidores cometer crímenes en nombre de Dios.
Sam Harris fue uno de los primeros escritores que arremetió contra los efectos adversos de la religión en la sociedad del siglo XXI. En su libro El fin de la fe. Religión, terror y el futuro de la razón (Ed. Paradigma, España, 2007), señala con pasión que la fe religiosa, cualquiera que sea y en particular la organizada, no tiene lugar en el mundo moderno, pues lo único que supone es maldad y destrucción. El libro tuvo un gran éxito, pero al mismo tiempo fue sacudido por distintas críticas, que Harris respondió con un nuevo libro: Carta a una nación cristiana (Ed. Paradigma, España, 2007). El problema de Harris es que “aunque no es científico, intentó rebatir la religión mediante conceptos científicos” (p. 22), además de buscar “borrar cualquier conexión entre la religión y la moral” (p.23), lo cual resulta en un análisis poco afortunado.
También alrededor de 2007, el británico con formación de biólogo y teórico evolutivo, Richard Dawkins, puso a circular el libro El espejismo de Dios (Espasa Calpe, España, 2012) en donde aprovecha sus conocimientos especializados para “lanzar un argumento científico en contra de la existencia de Dios”; su propósito es: “utilizar la ciencia para demostrar que la religión es falsa y que Dios no existe”, que nunca hubo necesidad de un Creador.
Además arremete “en contra de los textos sagrados: ante todo el Antiguo testamento” (p. 23) en el que presenta a un “Dios abrahámico” que acusa de “delincuente psicótico” (p. 23) e insiste en que “la religión no sólo es mala sino también inmensamente estúpida, y que cualquier persona que cree en Dios no es más que un completo idiota”; sus dardos van dirigidos principalmente a la Iglesia Católica y cristiana; sin embargo, no toca a los anglicanos (quizás porque él es inglés) ni a las religiones orientales “a las cuales identifica de manera conveniente como ‘modos de vida’ más que como religiones en el sentido estricto” (p. 24).
Posteriormente Christopher Hitchens publicó el libro Dios no es bueno (Ed. De bolsillo, España, 2009) en el que busca deliberadamente “convertir a los lectores en incrédulos con un uso menos efectivo de la ciencia”, pero “con un ataque de mayor rango contra los males de la religión, a la cual culpa de ser causante de guerras, genocidios y tortura a lo largo de la historia de la humanidad” (p. 26 y 27)
También está el físico con el libro Un universo de la nada: por qué hay algo en vez de nada (Free Press, 2012). Según él: “la creación del universo surgió ‘de la nada’, a partir de ‘las leyes de la física’ y nada más” (p. 28). Se destaca que toda la escritura de su libro está diseñada “para confundir al lector con ‘hechos’ científicos que ni se explican, ni se interpretan correctamente, todo con tal de apuntalar la deducción de que el universo surgió por sí solo y que, por lo tanto, no hay Dios alguno” (p. 29).
Una vez ubicadas las principales obras y argumentos del nuevo ateísmo científico de inicio del siglo XXI, hay que dar la oportunidad a Amir D. Aczel para que ofrezca su réplica, y al mismo tiempo, su postura. Como señala Andrés Roemer, autor del prefacio de Por qué la ciencia no refuta a Dios, estamos ante “un hombre de ciencia”, que expone sus ideas, no en un ataque airado y apasionado, sino más bien, con prudencia y lógica científica documentada.
Dice Roemer sobre Aczel que “no pretende demostrar la existencia de Dios, sino que busca dejar en claro que la propuesta contraria –probar la no existencia de Dios- es un despropósito” (p. 12). Mantiene una idea sencilla pero contundente: “Los avances y la validez de la ciencia no invalidan la existencia de Dios”, y añade: “Lo importante es que se apoya en el método científico para construir sus argumentos; el suyo es un análisis crítico y serio que rebate muchas de las ideas que importantes científicos han puesto sobre la mesa a propósito de este debate” (p.13).
Amir D. Aczel afirma en la introducción del libro: “Hay tanto que todavía no entendemos de nosotros mismos que, por lo tanto, estamos lejos de poder decir, de manera concluyente, que Dios no existe” y agrega: “asumir que no existe un Dios ni un acto de creación detrás de nuestro universo, cuya improbabilidad es enorme, me parece tanto presuntuoso como imprudente”; y remata: “la ciencia moderna no ha refutado la existencia de Dios” (p. 17).
Queda clara, la intención de Por qué la ciencia no refuta a Dios: “En los últimos años, se ha propagado la idea de que Dios y la ciencia no pueden coexistir. Mi sentir es que muchas personas que mantienen esta postura distorsionan tanto el proceso como el valor de la ciencia con tal de satisfacer sus propios intereses. El propósito de la ciencia es la búsqueda objetiva de la verdad y debemos de ser muy escépticos cuando la ‘ciencia’ se invoca para argumentar a favor de intereses socio-culturales. El propósito de este libro es defender la integridad de la ciencia” (p. 18).
Al terminar el libro, después de un amplio recorrido de 15 capítulos –algunos de ellos excelentes y de gran valía- y más de 250 páginas, Amir D. Aczel explica por qué fracasa el argumento “científico” a favor del ateísmo. Nos da su postura como científico: “En este libro, de ninguna manera he demostrado la existencia de Dios, y éste sin duda no ha sido mi propósito. Mi objetivo era argumentar, de manera convincente espero, que la ciencia no ha refutado la existencia de Dios” (p. 242).
El autor sostiene con humildad que: “La ciencia tiene límites serios cuando se trata de determinar la existencia de Dios” (p. 234). Sobre el conocimiento básico del universo afirma: “Carecemos de un entendimiento real sobre cómo funciona el universo”. Hay cosas que se saben y la ciencia ha traído grandes verdades, pero no se saben aspectos primordiales, como: qué causó el Big Bang; cómo surgieron por primera vez en la superficie de nuestro planeta las moléculas de la vida; como en el hombre se origina la inteligencia, la conciencia y el pensamiento simbólico; en suma, no sabemos de mucho de nuestro universo y de Dios”.
Por esto señala el autor: “Estas limitaciones inherentes en la naturaleza misma de la ciencia y el conocimiento hacen muy improbable que algún vez podamos ‘resolver el problema de Dios’. De cualquier manera, no lo hemos resuelto todavía. Dado todo el poder; la complejidad y la profundidad de la ciencia moderna, no podemos invalidar científicamente la hipótesis de alguna forma de creación externa” (p. 235).
El gran problema con los nuevos “científicos” ateos, es que ellos no tienen respuestas para lo que ellos mimos cuestionan. Les encanta preguntar: “Si Dios hizo el universo, ¿quién hizo a Dios?” Esta pregunta desde luego es válida, pero es evidente que estos críticos no saben la respuesta y tampoco la pueden proporcionar otros científicos.
Azel insiste en muchos momentos a lo largo del libro que la ciencia y la espiritualidad o la religión no tienen porqué enfrentarse tanto, como ya lo han hecho a lo largo de muchos siglos, puesto que tanto la una como la otra “comparten el mismo impulso por conocer el mundo y nuestro lugar en él… Ambas iluminan los misterios de nuestro mundo y expanden nuestra visión de un todo más vasto” (p. 242). De modo que, sin conflictos, podemos avanzar en nuestro conocimiento científico y en la expansión de la conciencia de un Dios bondadoso.
ACZEL, Amir D. Por qué la ciencia no refuta a Dios. Editorial Taurus. Noviembre 2014, México.